Es un escenario clásico en supervisión clínica: El terapeuta llega emocionado porque el "Paciente Identificado" (por ejemplo, un adolescente con problemas de conducta) ha tenido una semana fantástica. Ha cumplido las tareas, está más tranquilo y comunicativo.
Pero a la semana siguiente, la familia llega a consulta en crisis. El padre está deprimido, la madre ha tenido un ataque de ansiedad o los hermanos han empezado a pelear. El avance del paciente parece haberse evaporado.
¿Qué ha pasado? ¿Ha fallado la terapia?
En absoluto. Te has topado con la fuerza más poderosa de la naturaleza sistémica: La Homeostasis.
En las formaciones de ESEUPE, dedicamos muchas horas a cambiar la mirada del terapeuta sobre el síntoma. Nos cuesta aceptarlo, pero el sufrimiento a menudo cumple una función vital.
Imagina una familia como un móvil colgante. Si tiras de una pieza (el paciente mejora), todo el móvil se desestabiliza y empieza a girar caóticamente. El sistema, asustado por ese movimiento, hará lo que sea necesario para volver a la quietud anterior.
Quizás la conducta del adolescente servía para que los padres, que tienen un conflicto conyugal latente, se unieran para "arreglar al niño" y evitaran mirar su propio matrimonio. Si el niño mejora, los padres se quedan sin distracción y deben mirarse a la cara. Eso da pánico. Por eso, inconscientemente, el sistema boicotea la mejoría.
Para navegar estas aguas turbulentas, el terapeuta sistémico debe manejar dos conceptos:
El error del terapeuta novato es empujar hacia la Morfogénesis (cambio) sin respetar la Homeostasis (seguridad). Si empujas demasiado rápido, la familia se cerrará en banda.
El trabajo clínico de alto nivel no consiste en dar consejos. Consiste en crear un espacio de seguridad donde la familia pueda experimentar nuevas formas de relacionarse sin sentir que el mundo se acaba.
Tienes que validar su miedo al cambio. Tienes que entender para qué sirve el síntoma antes de intentar quitarlo.
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